lunes, 14 de abril de 2014

La historia del Petirrojo... por Selma Lagerlôf

Selma Lagerlôf, escritora nacida en Mârbacka, Suecia (1858) fue la primera mujer que ganó el Premio Nobel de Literatura y es la invitada para abrir la gran fiesta de lectura y literatura que el próximo 23 de abril celebraremos en la IV Feria de la tierra y la palabra. literatura al natural.

¿Conocen el cuento de la creación petirrojo? Cuenta que Dios cuando estaba creando al mundo tuvo mucha paciencia para crear a los animales. Cada uno de ellos tenía características y dones que los destacaban. Incluso Dios tuvo que castigar a la abeja por atacar a los seres humanos para que no tomaran la miel que había producido, también hizo que las orejas del burro fuesen grandes para que pudiese escuchar su nombre. Ya que el pobre Dios estaba cansado de repetirle varias veces su nombre. Estuvo creando y creando durante todo el día hasta que al final decidió crear a un pajarito gris y decretó que aquella ave se iba a llamar petirrojo. El ave fue feliz mientras paseaba por el paraíso, agotado después de mucho tiempo por andar volando sin un rumbo específico decidió irse a contemplarse a sí mismo y se dio con la sorpresa que era gris. Eso le entristeció completamente... ¿Por qué le llamaban petirrojo si no tenía ni un rastro de color en su plumaje? No le veía el sentido a su nombre. Por lo que con mucho temor se fue volando al trono donde Dios estaba sentado, cada vez se acercaba más y más... y más hasta que se posó en su mano. Dios viendo que le quería decir algo le concedió el habla, dispuesto a escucharlo. El petirrojo le confesó sus dudas... ¿Por qué se llamaba así si era completamente gris? Ansioso esperó la respuesta del Señor y por consiguiente esperaba que tal vez a Dios se le hubiera olvidado de ponerle sus plumitas rojas. Contra toda expectativa Dios no le dio la respuesta que esperaba, el Señor le respondió que por algo le había puesto ese nombre, que petirrojo era y petirrojo lo sería siempre. Y lo más importante nuestro Señor le encomendó que tenía que ganarse las plumas rojas en su pecho. El petirrojo todo confundido y triste se preguntaba cómo podía cumplir esa misión que Dios le había dado, siendo un especie tan pequeña y débil. Intentó mil maneras de hacerlo y no lo logró. 



Dibujo realizado por María Antonia Reyes de PJ1
Pasaron miles de años y el petirrojo aún era gris, la descendencia de esta especie había intentado arduamente ganarse sus plumitas rojas, pero no lo consiguieron. Un petirrojo en una colina cercana a los muros de Jerusalén contaba la historia a sus retoños. Les decía los intentos que habían hecho sus antepasados durante ese tiempo. Hubo un momento que pensaron que tenían que amar demasiado para ganarse las plumas, no sucedió nada. Otra cosa que pensaron fue que tenían que cantar con toda su alma, tampoco funcionó. Confiaron en su valentía, uno de los petirrojos había luchado contra otros pájaros honorablemente y nada había sucedido. El petirrojo tristemente les decía que ya no se le ocurría que hacer. Seguía lamentándose, hasta que el sonido de los caballos interrumpió su monólogo. Dándose cuenta que los soldados romanos pasaban en conjunto montando sus briosos corceles y llevando tres esclavos cargando una cruz. El pajarito asustado por los caballos, buscó inmediatamente proteger con sus alitas a sus crías, a la vez que les ahorraba la horrible visión de esos pobres hombres. Se escuchaba los gritos y sollozos de la multitud, el pajarito vio con horror como crucificaban a cada uno. Se indignaba de la crueldad de los humanos, eso era demasiado. La indignación se intensificó en su pecho cuando vio que a uno de ellos le ponían una corona de espinas. Quería hacer algo por ese pobre hombre, no concebía como alguien con una mirada tan dulce y siendo tan bello pudiese hacer alguna maldad. Veía salir la sangre de su frente y súbitamente decidió ser un águila para quitarles los clavos de sus manos y con sus garras ahuyentar a los verdugos. Ya que su realidad era otra se sentía impotente, al ver que el pobre hombre sufría mucho decidió en un arrebato de valentía ayudar y mitigar un poco su dolor aunque fuese pequeño y débil. Abandonó su nido y decidido voló hacia la cruz donde se encontraba aquel hombre, que le había conmovido. Con su piquito sacó una espina de la frente de aquel ser, manchándose de sangre su pecho. El crucificado abrió sus labios y susurró por lo bajo al pajarito: ¨En premio a tu piedad, se cumplirá todo lo que tu estirpe viene anhelando desde el día de la creación ¨  Cuando el petirrojo regresó a su nido pensó que con un baño en el arroyo se le quitaría la sangre y por más que intentó sacarse aquella mancha de mil formas posibles no pudo hacerlo. Ahora su pecho era completamente rojo y cuando vio a sus crías crecer, ellas a cierta edad adquirieron ese pecho rojo. Desde aquel día el petirrojo y su descendencia lograron ganarse las plumitas rojas que tanto querían desde los primeros días del paraíso.