Selma Lagerlôf, escritora nacida en Mârbacka, Suecia (1858) fue la primera mujer que ganó el Premio Nobel de Literatura y es la invitada para abrir la gran fiesta de lectura y literatura que el próximo 23 de abril celebraremos en la IV Feria de la tierra y la palabra. literatura al natural.
¿Conocen el cuento de la creación petirrojo? Cuenta que
Dios cuando estaba creando al mundo tuvo mucha paciencia para crear a los
animales. Cada uno de ellos tenía características y dones que los destacaban.
Incluso Dios tuvo que castigar a la abeja por atacar a los seres humanos para
que no tomaran la miel que había producido, también hizo que las orejas del
burro fuesen grandes para que pudiese escuchar su nombre. Ya que el pobre Dios
estaba cansado de repetirle varias veces su nombre. Estuvo creando y creando
durante todo el día hasta que al final decidió crear a un pajarito gris y
decretó que aquella ave se iba a llamar petirrojo. El ave fue feliz mientras
paseaba por el paraíso, agotado después de mucho tiempo por andar volando sin
un rumbo específico decidió irse a contemplarse a sí mismo y se dio con la
sorpresa que era gris. Eso le entristeció completamente... ¿Por qué le llamaban
petirrojo si no tenía ni un rastro de color en su plumaje? No le veía el
sentido a su nombre. Por lo que con mucho temor se fue volando al trono donde
Dios estaba sentado, cada vez se acercaba más y más... y más hasta que se posó
en su mano. Dios viendo que le quería decir algo le concedió el habla,
dispuesto a escucharlo. El petirrojo le confesó sus dudas... ¿Por qué se
llamaba así si era completamente gris? Ansioso esperó la respuesta del Señor y
por consiguiente esperaba que tal vez a Dios se le hubiera olvidado de ponerle
sus plumitas rojas. Contra toda expectativa Dios no le dio la respuesta que
esperaba, el Señor le respondió que por algo le había puesto ese nombre, que
petirrojo era y petirrojo lo sería siempre. Y lo más importante nuestro Señor
le encomendó que tenía que ganarse las plumas rojas en su pecho. El petirrojo
todo confundido y triste se preguntaba cómo podía cumplir esa misión que Dios
le había dado, siendo un especie tan pequeña y débil. Intentó mil maneras de
hacerlo y no lo logró.
Dibujo realizado por María Antonia Reyes de PJ1 |
Pasaron miles de años y el petirrojo aún era gris, la
descendencia de esta especie había intentado arduamente ganarse sus plumitas
rojas, pero no lo consiguieron. Un petirrojo en una colina cercana a los muros
de Jerusalén contaba la historia a sus retoños. Les decía los intentos que
habían hecho sus antepasados durante ese tiempo. Hubo un momento que pensaron
que tenían que amar demasiado para ganarse las plumas, no sucedió nada. Otra
cosa que pensaron fue que tenían que cantar con toda su alma, tampoco funcionó.
Confiaron en su valentía, uno de los petirrojos había luchado contra otros
pájaros honorablemente y nada había sucedido. El petirrojo tristemente les
decía que ya no se le ocurría que hacer. Seguía lamentándose, hasta que el
sonido de los caballos interrumpió su monólogo. Dándose cuenta que los soldados
romanos pasaban en conjunto montando sus briosos corceles y llevando tres
esclavos cargando una cruz. El pajarito asustado por los caballos, buscó
inmediatamente proteger con sus alitas a sus crías, a la vez que les ahorraba
la horrible visión de esos pobres hombres. Se escuchaba los gritos y sollozos
de la multitud, el pajarito vio con horror como crucificaban a cada uno. Se
indignaba de la crueldad de los humanos, eso era demasiado. La indignación se
intensificó en su pecho cuando vio que a uno de ellos le ponían una corona de
espinas. Quería hacer algo por ese pobre hombre, no concebía como alguien con
una mirada tan dulce y siendo tan bello pudiese hacer alguna maldad. Veía salir
la sangre de su frente y súbitamente decidió ser un águila para quitarles los
clavos de sus manos y con sus garras ahuyentar a los verdugos. Ya que su
realidad era otra se sentía impotente, al ver que el pobre hombre sufría mucho
decidió en un arrebato de valentía ayudar y mitigar un poco su dolor aunque
fuese pequeño y débil. Abandonó su nido y decidido voló hacia la cruz donde se
encontraba aquel hombre, que le había conmovido. Con su piquito sacó una espina
de la frente de aquel ser, manchándose de sangre su pecho. El crucificado abrió
sus labios y susurró por lo bajo al pajarito: ¨En premio a tu piedad,
se cumplirá todo lo que tu estirpe viene anhelando desde el día de la creación
¨ Cuando el petirrojo regresó a su nido pensó que con un baño en
el arroyo se le quitaría la sangre y por más que intentó sacarse aquella mancha
de mil formas posibles no pudo hacerlo. Ahora su pecho era completamente rojo y
cuando vio a sus crías crecer, ellas a cierta edad adquirieron ese pecho rojo.
Desde aquel día el petirrojo y su descendencia lograron ganarse las plumitas
rojas que tanto querían desde los primeros días del paraíso.